Ayer me fui de fiesta con 3 amigas. Yo ya he comprobado que desde el año pasado mi resistencia al alcohol es cuasi nula, se me sube a la cabeza hasta si paso al lado de la sección de licores de los supermercados.
Pero aún así cayó un vinito en la cena, un chupito de fray angelico al que nos invitaron por eso de que le dimos vidilla al local hiperserio al que fuimos, 2 ó 3 gintonic, una cerveza y otra ronda de chupitos, no sé de qué, que nos invitaron en otro bar. Resultado... para qué decirlo, diversión, risas, bailes, y esta mañana un resacón.
El sitio para cenar lo elegí yo, y me juraron las demás que en toda la noche iba a elegir un sitio más. Era un lugar mono, serio, sin apenas ruido de voces o de nada. Pero los sitios son lo que la gente hace de ellos así que al poco de llegar nosotras el número de decibelios había subido considerablemente y no sólo por causa nuestra, los demás se contagiaron un poco también. Como anécdota nos invitaron a un chupito y nos animaron a volver cuando quisiéramos.
A partir de ese momento fue mi bautismo de gin tonic, estrenar labios nuevos, rojo pasión, y un escote más allá de lo que me permito normalmente. Ah! y bailar, bailar y bailar.
En uno de los bares que fuimos una chica despampanante, con melena rubia, unas piernas de vértigo y una sonrisa encantadora se subió de motu propio a la barra del bar y pensé, olé por ella, sin complejos, porque sí, porque ella lo vale. Qué diferencia con lo que pensaba antes.
Lo reconozco, ayer me emborraché como cuando tenía.... a ver... anda! como nunca!. Ayer cumplí mis 17 años, sí, aquellos que me perdí porque estaba en otra guerra.
Conocimos a un chaval de 26 años que no se echaba atrás ante 4 mujeres casadas que tenían entre 10 y 20 años más que él, divertido, simpático, hablándonos del tiempo que llevaba "sin". Y yo con mi cogorcilla simpática agarrada a su cintura.
Fuimos a un bar heavy y el camarero con su piel blanca pétrea, su melena pelirroja ondulada hasta mitad de la espalda, sus ojos claros y su sonrisa me encandilaron, y sí, le pedí hacerme una foto con él, un encanto el chico. ¡Dios!
En aquel bar mientras iba al lavabo entendí eso de qué cuantas más copas menos fea es la gente, me hubiera parado con cualquiera a hablar o lo que se terciara, todos me parecían geniales.
Si a estas alturas alguien se pregunta ¿y estará orgullosa?, pues sí, qué caray, lo pasé de miedo.
No es para repetir cada fin de semana, pero desde luego, no me lo podía perder. Ojos nuevos, mente nueva, es lo que estrené ayer.
Por cierto como nota curiosa añadiré que el alcohol te ayuda a tener una claridad mental a la mañana siguiente escepcional, pude comprobar que efectivamente la tierra gira, y vaya si gira. Lo único que se me ocurría esta mañana es eso de que paren el mundo que yo me bajo. Menudo resacón.