lunes, 30 de noviembre de 2009

tico-tico

¿Qué necesitas?

¿Que qué necesito?

Hoy se supone iba a poner nombre a lo que tantas vueltas le doy a mi imaginación y no he sido capaz de pronunciar tres simples sílabas. Mis oídos todavía no están preparados para escucharlas de mi boca. Sabía cual era la respuesta pero todavía no la puedo asimilar completamente.

De nuevo en soledad mi mente se ha dispersado y me ha dado el gusto de recordar momentos que ahora echo tanto de menos.

Las caricias de Ángel que hacían que la noche se fundiera con la mañana en lo que nos parecían apenas 10 minutos ¿dónde encontrar ahora tus manos y mi tiempo?

Los paseos en bici y las sesiones fotográficas con Alberto mientras me decía que tenía ojos de mujer fatal, las horas con la guitarra poniendo juntos música a sus letras, sus abrazos, las discusiones fingidas en plena calle ¿Escribes ahora, plasmas los instantes mágicos sobre papel? Yo ya no.

Las veladas después de comer con Fernando, que se supone venía a ver a mi hermano y se quedaba tocando el piano para mí durante horas tantos domingos. Echo en falta las miradas que me enviabas, ahora apenas te veo y tu mirada siempre está triste.

Los paseos de la mano con Juan Carlos, o cuando me agarrabas de la cintura, ni un solo beso pude arrancarte, pero tampoco lo necesité. Sabía, aunque no quisieras confesarlo, que todavía te quedan puertas que abrir, sitios de donde salir. A ti te debo poder expresar mis sentimientos, escandalizar a muchos por nada y darme igual. Antes de ti no hubo nada, después… tampoco.

La noche en aquel bar en el que yo era una fuente de endorfinas y oxitocina. Cada vez que la gente que pasaba a nuestro alrededor nos acercaba uniéndonos en un abrazo inesperado, yo cerraba los ojos por miedo a que vieras lo que bullía en mí. Y tú, lo viste, me llevaste a un lado y nos besamos, salimos de aquel bar y seguimos besándonos de puerta en puerta hasta que nos dimos cuenta que era de día. Era domingo y una anciana nos echó un cubo de agua desde su ventana. De su portal a tu casa, a tus caricias, a tus besos, a tu espera. De tu casa a mi coche, a mi casa y a mi vida de nuevo. No recuerdo tu nombre pero me he acordado de ti tantas veces. Echo en falta tu mirada al despedirnos, la pasión, el deseo, la humedad del cubo de agua y la de otros lados.

El amor de mi infancia, Diego, siempre legañoso, ahora imagino que sería conjuntivitis, antes no lo sabía pero no me importaba. Añoro estar con mariposas en la tripa a cada momento.

El amor de mi juventud, Carlos, las horas de estudio más esperadas en pleno verano. Cuánto me reía contigo. Después de ese verano ingresaste en un monasterio, a partir de entonces los exseminaristas fueron mi perdición. Añoro desear lo prohibido.

El amor de mis 14 años, un socorrista, otro Carlos, me tuviste loca todo un verano y parte del invierno. Pensé que iba a morir de amor pero sigo viva o al menos lo he intentado. ¿No podrías regresar ahora que ya no tengo 14 años?. Eras la dulzura y la madurez personificada en un cuerpo 10.

Todo eso y un poquito más es lo que necesito.

Mi punto G

He decidido descubrir mi punto G y, dado mi carácter investigador, voy a ser minuciosa en la tarea.

Comenzaré por mis pies y subiré hasta encontrarlo.

Me gusta cuando me toco los pies, meto mis dedos en todos los espacios que encuentro, aprieto, acaricio, nada… Quizás esté más arriba, todo es cuestión de paciencia. Me unto bien de crema y comienzo a dar masajes por las piernas, me detengo en cualquier sitio que tenga la más mínima reacción. Encima de las rodillas, ay, no , eso son cosquillas, en la cara interna de mis muslos, uhmmm, bueno, si subo un poquito parece que es placentero, pero no lo suficiente.

En las manos y los brazos. Tres cuartos de lo mismo. Las caricias leves apenas perceptibles son increíbles pero… no.

Iremos a algún sitio más sensual, los pechos, pruebo a acariciarlos, estrujarlos, aplico hielo, doy calor, sintonizo los 40 principales y onda 0, pero nada, no funciona.

Habrá que centrar el tema, quizás el ombligo, esta vez con una pluma, con un guante de crin, con un ratón de ordenador… por probar que no quede.

Quizás esté en la espalda, me sitúo en el marco de la puerta y me contorneo mientras las aristas acarician desde la nuca hasta las nalgas. Si está ahí hoy no lo siento.

Estoy bastante decepcionada, quizás haya información en internet. Siiiiii, estaba un poco desorientada pero ahora que lo sé parece fácil. Sólo hay un problema, es necesario ser contorsionista o precisar de ayuda. Me decanto por pedir ayuda por eso que cuatro ojos ven más que dos.

Comencemos, ni muy cerca ni muy lejos, imagina un reloj, busca la una, sí, por ahí debe de estar, arriba…. Abajo… arriba…izquierda… derecha, puf, golpecito suave, ligero vaivén… ay, ay, ay, nada. Tampoco lo encuentro.

Pues va a tener razón un antiguo profesor que decía que el punto G de las mujeres está en la cabeza. Sí, eso lo explicaría todo.

No lo encuentra cualquiera, sino el que te hace sentir llena, el que reconoce en ti a la mujer que eres, el que sin tocarte te pone el vello de punta., Ahí, síiiiiiiiiii.

No, no vale cualquiera, ojalá.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Con tu permiso, Seda

Me ha parecido tan bonito, que aquí lo pongo con permiso de Seda


Si tuviera que hablarte de algo sería del tiempo. No me refiero a isobaras y anticiclones, sino a la figura de dedos huesudos que vive dentro de los relojes. Equinoccios y solsticios se suceden vertiginosamente sin contar con mi opinión, y apenas he caído en la cuenta de que los árboles han tapizado de oro las calles, cuando ya descubro atónita una explosión de verdes, rojos y malvas que hacen las delicias de las hacendosas abejas. Pero me resulta inútil medir el tiempo de esta manera porque yo lo tengo dividido en dos: el que pasé contigo y el que pasaré sin ti.

Si tuviera que acariciarte algo sería el alma. Las yemas de mis dedos apartarían tímidamente las telarañas que cubren sus rincones hasta descubrir el pequeño hueco en el que me escondes. Y entonces tu alma y yo, finalmente encontrados, jugaríamos desnudos a la gallinita ciega y bailaríamos tangos desgarradores hasta agotarnos. Cuando la madrugada nos sorpendiese me dormiría con tu alma enroscada en mis manos para poder acariciarla en sueños.

Si tuviera que regalarte algo serían palabras en tu oído. Las vertería despacito, con sumo cuidado, evitando que se derramara fuera de ti ni una sola. Mi boca rozaría tu oreja con cada sílaba deseando contagiarte el intangible escalofrío que provoca tu cercanía. Temblaría mi voz al visitar tu nuca mientras te hablo, presagiando un seísmo de temores. No sería capaz de hacer otra cosa que no fuera saturar tu laberinto de ternura incontrolada, pespunteando con pasión jugosa sus aristas.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Las mujeres de mi familia

Hasta donde me han contado sé que las mujeres de mi familia han tenido cualidades excepcionales.

De mi abuela paterna se dice que era capaz de parar las tormentas simplemente por medio de la fe y de la oración. Y se dicen más cosas pero daría para un post entero.

De mi abuela materna sé que era capaz de curarte los dolores, podía con tan sólo tocarte saber si tenías un problema en un riñón, o si te habían sentado mal los garbanzos (sin que nadie le dijera lo que había comido). Comenzaba a darte friegas y cuando su brazo le dolía y se le abría la boca tu dolor había desaparecido.

De mi madre resaltaría la capacidad de escuchar y aconsejar de tal manera que, cuando hablan con ella, las personas se marchan mucho más tranquilas. Tanto es así que durante los años que estuve fuera de casa mis amigas iban a ella para contarle sus preocupaciones y recibir apoyo.
De mí no puedo contar nada en especial, quizás en ocasiones la sensación de saber cosas de los demás, certezas les llamo, ver el interior y saber cómo se siente una persona, aunque supongo que eso lo tenemos todos.


Pero lo más impresionante es la capacidad de transformar que tienen mis besos. Lo he podido comprobar cada día desde hace unos años cómo al llegar la noche y besarle, mi príncipe se convierte en rana. Es una extraña habilidad, a veces pienso que una maldición. Soy como las princesas de los cuentos que besan a las ranas para convertirlas en príncipes pero al revés.

¿Alguien conoce el antídoto para este extraño don? ¿Alguien sabe de la utilidad del mismo? He pensado en poner una fábrica de pruebas de embarazo, sí, la consabida prueba de la rana, pero parece que ya está anticuado. Si se te ocurre alguna otra utilidad, por favor, házmelo saber.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Debo ser la hermana de la que habla

"Odio a Pachelbel"

martes, 17 de noviembre de 2009

38 años


He buscado en imágenes de google "38 años" y me he encontrado con anuncios sobre sexo, mujer de 38 años busca....

He buscados después en imágenes tan sólo "38" y el 90% de las imágenes eran de una pistola o revolver o como quiera que se llame que supongo que serán del calibre 38, imagino.

He buscado en google, esta vez sin imágenes, "38 años" de nuevo y todo eran sucesos terribles, fallece, dispara, operan, etc...

Espero que ninguna de estas 3 opciones sean lo que me espera este año.

Finalmente encontré ésta que es lo más parecido a mi estado de ánimo de hoy. El 38 tan sólo es por ser el número 38 de la revista pero creo que porfín encontré lo que buscaba.

Así que me felicito a mí misma.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Mamá, cuéntame un cuento


Vale, te voy a contar el cuento de caperucita blanca.

Ese cuento me lo sé y no es así, es caperucita roja.

No puedes saber si conoces un cuento hasta que no llega el final. ¿quieres saber como comienza?

Érase una vez una niña preciosa a la que todo el mundo conocía como caperucita blanca. Su mamá desde el momento en que nació le colocó una caperucita en la cabeza para disimular las enormes orejas con las que había nacido, pero ese era un secreto que ni la misma caperucita conocía puesto que desde bien pequeña le dijeron: “nunca debes quitarte esta caperucita ya que es lo que te da la belleza que posees”, y ella, como era muy obediente, así lo hizo.

La realidad era bien distinta, caperucita poseía una belleza innata que deslumbraba por sí misma y sus ojos eran los más hermosos de la comarca. Por miedo a que se hiciera presumida y se pudiera quitar el gorro siempre le ocultaron esto y le decían que lo importante no eran sus ojos, ni su piel suave y sonrosada, sino que lo que la hacía especial era el tocado que le puso su mamá.

La caperucita era de color blanco, ya que se trataba de potenciar su candor e inocencia, así que tenía que tener mucho cuidado de no mancharla. Caperucita creció pensando que era su único atributo, y mientras otras niñas jugaban en la tierra, hacían volteretas y correteaban por el pueblo ella permanecía en su casa leyendo, ayudando a sus padres y tratando de ser mejor día tras día.

Lo que tampoco nadie sabía es que caperucita poseía otros dones. Sus ojos no eran sólo bellos sino que podía ver más allá de lo que cualquier ojo humano alcanza. Su olfato era tan fino que sabía quién iba a llamar a la puerta antes de que llegara si quiera al porche. Su oído era capaz de escuchar más allá de los límites conocidos.

Y lo más extraño era lo que pasaba en las noches de luna llena, pero no voy a adelantar acontecimientos.

En ocasiones, con excusa de ir a comprar, caperucita blanca se alejaba de su casa y se adentraba en el bosque. ¡Era tan emocionante! Solía descalzarse y caminar por el riachuelo, le gustaba sentir a los peces acariciando sus pies y luego tumbarse sobre la hierba para secarse al sol. El perfume de las flores y los frutos componía la más fabulosa armonía aromática que ella jamás hubiera experimentado. Si se concentraba un poquito podía escuchar cómo las hormigas construían sus hormigueros o los pájaros emitían diversos sonidos para llamar a sus crías, o avisar de peligros, escuchaba la berrea de los ciervos, el graznido del cuervo,...

Cuando volvía a casa nunca contaba lo que había hecho porque sabía que no les iba a parecer bien, una niña tan buena no debería andar sola por el bosque.

Un buen día la abuela de caperucita enfermó y su mamá tenía tantas cosas que preparar que le pidió a caperucita que la fuera a visitar y le hiciera compañía. Eso sí, muy seria le advirtió que fuera por el sendero y no se adentrara en el bosque. Que no se entretuviera por el camino ya que había muchos peligros a su alrededor, especialmente el lobo, que se acerca a las niñas buenas y se las come de un bocado para jamás regresar a sus casas.

Caperucita, feliz por salir de casa, agradeció el encargo y prometió hacer todo lo que le había dicho su madre. Pero en cuanto llegó a los lindes del bosque el deseo pudo más que su promesa y entró en él. Otro día más se transformó su alma y se sintió una más en armonía con la naturaleza. Así se fue a casa de la abuelita por el atajo del bosque.

Cuando estaba a punto de llegar vio al lobo. Él estaba allí, no hacía nada especial. De repente el lobo se paró, la miró a los ojos y se quedaron así los dos, mirándose, durante un largo rato. Un sonido de escopeta alertó al lobo de que el cazador andaba cerca y desapareció.

Caperucita quedó consternada, era tan bello el lobo, tan salvaje y cercano a la vez. Salió del bosque, fue a ver a la abuela y regresó por el camino pero no contó nada a nadie. Aquella noche, noche de luna llena, caperucita sintió enormes deseos de aullar, como tantas y tantas noches de luna llena.

Al día siguiente y los restantes caperucita pidió permiso a su mamá para ir a visitar a su abuelita y de esa manera poder adentrarse de nuevo en la espesura. A partir de ahora ya no era tanto el aroma o los sonidos del bosque lo que la llamaba a ir sino el poder ver una vez más al lobo. Día tras día se encontraban pero ninguno decía nada, poco a poco acortaron las distancias hasta que finalmente caperucita alargó el envés de su mano hacia el lobo y él la olfateó y la lamió. Allí comenzó su amistad, jugaban, corrían, saltaban, nadaban en el lago, se revolcaban por la tierra.

La madre de caperucita a pesar de estar muy ocupada haciendo la comida y lavando la ropa se dio cuenta de que caperucita había cambiado. Era más callada, apenas decía nada, pero tenía una sonrisa descuidada y la mirada perdida. Lo más preocupante era que su caperucita ya no llegaba impoluta cada noche sino que se tenía manchas de tierra y verdín. Decidió que tenía que averiguar qué pasaba.

Como cada día, a la mañana siguiente caperucita le pidió ir a ver a la abuelita y su madre accedió, pero al poco de salir la siguió. A caperucita le extrañó sentir a su mamá muy cerca pero pensó que su olor se habría impregnado en la cesta que le había preparado para la abuela y no se preocupó. Llegada a un punto miró alrededor para ver que nadie la seguía y se adentró de nuevo en el bosque. La madre de caperucita no podía creer lo que veía, su hija le había desobedecido.

La siguió hasta que vio cómo se detenía en un pequeño claro del bosque y a los pocos minutos apareció por allí el lobo. La impresión fue tal que se desmayó y cuando recuperó el conocimiento allí ya no había nadie. Corriendo fue en busca de ayuda, pensó que su hija había sido devorada por aquel terrible lobo. Lo describió con una minuciosidad increíble para apenas haberlo visto, sus enormes fauces, los colmillos como cuchillos, las zarpas afiladas, a punto de abalanzarse sobre su niñita cuando ella perdió el conocimiento. Rápidamente todo el pueblo se puso en alerta y decidieron hacer una batida. Se armaron de palos, piedras, cuchillos y escopetas y juraron venganza mientras se adentraban en el bosque.

Mientras tanto caperucita ya estaba en casa de su abuela ajena a todo esto. Pero esta vez los ojos de caperucita mostraban tal tristeza que su abuela le preguntó “¿Qué te pasa caperucita?”, al principio dudó si contarlo o no pero la cara de preocupación y el saber que su abuela siempre la había comprendido la animo a hacerlo.

“Abuela, he conocido al lobo”, la abuela bajó la mirada y se mordió los labios. “Abuelita, no es malo, me hace sentir bien, me río mucho, jugamos y descansamos, es como si nos conociéramos desde pequeños”. La abuela la miró tristemente pero la dejó continuar. “No sé qué me pasa pero aunque sé que no debería entrar en el bosque siempre me ha atraído, aunque sé que no debería ensuciar mi caperuza me tumbo en la hierba, doy volteretas, nado en el río y sólo cuando vuelvo a casa es cuando me siento mal porque mamá se pondrá muy triste cuando me vea llegar así”.

La abuela pensativa le dijo “Suponía que tarde o temprano tendría que llegar este momento”. Caperucita le miró con extrañeza. “Cada uno de nosotros nacemos siendo dos a la vez, tenemos un lado humano, racional y un lado salvaje, instintivo. Al principio de los tiempos los hombres eran capaces de saber qué animal se había unido su alma junto a la suya para darle esas cualidades. Existían rituales en los cuales el alma salía del cuerpo y viajaba hasta encontrar a su pareja que podía ser un ciervo, un oso, un pájaro… La experiencia de los chamanes hacía que desde pequeño se potenciaran las cualidades que podían surgir de esta extraña unión. Pero con el tiempo, el raciocinio y la lógica, todo esto se fue olvidando y llegó a estar penado con una muerte horrible. A pesar de todo y de todos, nuestro alma se sigue uniendo a la de un animal, queramos o no, y nos sigue dando cualidades que cada cual utiliza según sus deseos. Te cuento todo esto porque cuando el alma de ese animal es fuerte puede incluso hacernos tener características físicas semejantes a él. ¿Te has preguntado porqué siempre llevas una caperuza?”

“Mamá me dijo que para ser más bella” respondió Caperucita.

“No cielo, es para ocultar el rasgo que te dio tu lado salvaje. ¿Quieres verlo?”

Caperucita no sabía qué hacer pero asintió. Suavemente la abuelita le desabrochó la caperuza y se la retiró mientras le decía “son preciosas”. Caperucita se acercó a un espejo y se miró. ¿cómo era posible? Sus orejas eran largas y peludas , idénticas a las del lobo con el que había jugado estos días. Las tocó, eran suaves y cálidas. Y un sinfín de preguntas brotaron de sus labios mientras su abuela le respondía con emoción.

“Ahora sólo te queda una cosa por descubrir” le dijo la abuelita.

“¿El qué?, abuela”

”Tu nombre. Al igual que tus orejas se ocultaron a todos, incluso a ti misma, debes descubrir cual es tu verdadero nombre, el que te hará sentir plena” le respondió la abuela.

“¿Y cómo lo voy a saber?”

“Deberás ir una vez más al bosque y encontrar al lobo. Él te lo dirá”

Caperucita asintió, se puso su caperuza y se despidió con una mirada de agradecimiento mientras decía “te quiero abuela”.

Siempre volvía por el camino porque era ya tarde pero esta vez se internó de nuevo en el bosque. Llevaba un rato caminando cuando escuchó el sonido de un arma y los gritos de muchas personas. Se extrañó. Lo que vio en ese momento no lo olvidaría jamás, estaban apaleando al lobo malherido, a su amigo, a una parte de sí misma.

Corrió cuanto pudo mientras gritaba que lo dejasen en paz. La gente se volvió y al ver que seguía con vida se retiraron. Ella consiguió llegar al lado del lobo y lo envolvió entre sus brazos. Nadie entendía nada, trataban de alejarla pero su voluntad era más firme. Finalmente todos se separaron mientras veían como caperucita lloraba y acariciaba al lobo. El lobo emitió su último gruñido y caperucita por primera vez aulló de dolor.

Una vez en casa Caperucita se encerró más y más en sí misma, no quería hablar, no quería comer, no quería vivir y así pasaron varias semanas. Un día, cuando la desesperación dio paso a la pena, cogió unas tijeras y rompió el nudo de su caperuza. Tras el nudo, la caperuza entera acabó hecha trizas. Acarició sus orejas y las lágrimas brotaron de nuevo mientras un recuerdo volvía a su mente, el último gruñido de su amigo y fue cuando entendió.

A partir de ese momento comenzó a comer, a salir, a vivir, todo se fue normalizando. ¿Cómo explicar lo de sus orejas?, simplemente no dio explicaciones, ¿y sus salidas al bosque? A nadie le interesaban. La gente se acostumbró a verla y descubrieron su verdadera belleza, pero sin su caperuza nadie sabía cómo llamarla así que les dijo que a partir de ese momento la llamaran Alma. Y todavía hoy, las noches de luna llena, se escucha en el bosque un aullido que te penetra hasta el alma.


“Mami, ¿y qué pasó con su mamá?”

“Su mamá, como la quería tanto, aprendió a aceptarla y quererla sin su caperuza, En ocasiones trató de regalarle algún sombrero pero se dio cuenta de lo inútil de su regalo. Descubrió que el miedo que tenía era que su hija la abandonara algún día y se perdiera en el bosque pero aceptó que es ley de vida que cada cual trace su camino”.

“Y colorín colorado este cuento se ha acabado”.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Noche de placer con un desconocido...



... el Jazz.

Fue un arrebato la decisión de comprar entradas para el jazz. Se juntaron la cercanía de casa y de mi cumpleaños con la necesidad de estar sola y las ganas de conocer algo nuevo.


Ayer fue mi iniciación, no sabía lo que me iba a encontrar pero decidí ponerme guapa, sexi y así me sentí, con leggins, un top nuevo, botas y cazadora de cuero, maquillaje, perfume y algo de frío para acompañar.

La primera sorpresa fue que no era en el auditorio propiamente sino en la sala multiusos y cuando llegué me encontré decenas de mesitas con velas a los pies del escenario. Ya estaban ocupadas pero compartí una sin importar con quien. El ambiente era, cuanto menos, curioso. Bastantes hombres de los 60 que se niegan a abandonar aquella época y lo demuestra su pelo largo recogido o no en coleta, con barba generalmente, supongo que la Harley la dejaron fuera, sus mujeres más asentadas en el nuevo milenio y gente joven de la que llamaría alternativa, y entre todos estos entendidos, yo. Lo bueno es que estaba en mi salsa, muy a gusto entre todos ellos.

Fui a la barra, Ambar patrocinaba así que pedí una sputnik, me encanta esa cerveza con un toque de vodka. La noche prometía.

Se fueron apagando luces y presentaron al primer grupo, The lydian Project acompañados de Clara Luna. Me gustaron mucho, de vez en cuando cerraba los ojos para poder escuchar a los cuatro, la batería, el contrabajo, la trompeta y la guitarra, juntos pero no revueltos. Me penó cuando se fueron.

En el descanso me fui a por otra sputnik y a por una tostada de salmón, no había cenado. Otro acierto lo de poder cenar ahí.

Pensé que lo raro sería que el grupo siguiente me gustara, que sería un jazz más difícil de escuchar y encima con banjo. El grupo era Béla Fleck & the flecktones. Si el anterior fueron los preliminares este ya fue el orgasmo, casi 2 horas de auténtico placer. El pianista, que a su vez tocaba la armónica, y otros instrumentos, me sedujo totalmente, para mí era la estrella, eso sí junto al bajista que sin entender nada de eso lo llamaría un virtuoso del bajo, hacía sonidos increíbles, me dejó literalmente con la boca abierta. El pirata, por el sombrero que llevaba, tocaba la batería electrónica, una especie de guitarra que me desconcertó desde el primer momento porque no localizaba el sonido que hacía y llegué a pensar que tenían la batería grabada. Y Béla Fleck que cuando más me gustó fue cuando hizo el sólo. La impresión que me dio es que es un tío inteligente que se ha sabido rodear de músicos muy muy buenos, tanto que lo eclipsan, sin embargo el grupo lleva su nombre. Curioso.

Así que me fui con las endorfinas rebosándome por las orejas pensando “... y mañana más”.

domingo, 1 de noviembre de 2009

¿Dónde se van las cosas que no he vivido?


¿Dónde podré buscar todo lo que anhelé y dejé marchar sin hacer nada por conseguirlo?
Me duele más el recuerdo de lo que pudo haber sido que la certeza de lo que nunca será.

Mar en calma

Toda mi vida he estado viajando en un barco lleno de gente, la misma gente. Aprendí a levar anclas, arriar las velas; compartimos sueños en unos cuantos metros cuadrados. El infinito se situaba entre la proa y la popa, babor y estribor.

Un buen día llegó la tempestad, una de las mas fuertes que pasé, y caí al agua. Por primera vez pedí ayuda, supliqué, y no hubo respuesta. Me hundía más y más.

Las olas se hicieron imposibles, el cielo se oscureció, alumbrándose escuetamente por algunos rayos y relámpagos, e inevitablemente me vi arrastrada al fondo del océano.

Luché durante minutos, horas, días, no lo sé, a mí me parecieron años y cuando conseguí llegar a la superficie todo era calma, sol, paz y soledad. Allí ya no había rastro del barco, ni del mío ni de otros, por no haber no había ni peces, ni aves, ni... nada.

Y ¿ahora qué?, ¿buscar otros naúfragos?, ¿subir a otro barco?.

Simplemente aprender a nadar, disfrutar del agua, dejarme bañar por el sol, seguir el camino de las estrellas y encontrarme a mí.
 
El blog de Francesca. Design by Exotic Mommie. Illustraion By DaPino